
Por Fernanda Sánchez
El cine mexicano ha tenido momentos de brillantez y originalidad, pero en años recientes enfrenta una crítica constante: la falta de diversidad en sus historias y personajes, especialmente en el cine comercial. Aunque existen propuestas independientes y festivales que buscan abrir el panorama, la cartelera suele estar dominada por un mismo molde: comedias de enredos entre “mirreyes” y “godínez”, fórmulas probadas que aseguran taquilla pero limitan la pluralidad de voces y realidades representadas.
Películas como Mirreyes vs Godínez y La Rebelión de los Godínez han sido éxitos rotundos en taquilla, recaudando cifras históricas y atrayendo a millones de espectadores. Estas comedias explotan el choque de clases y estereotipos: los “mirreyes”, jóvenes privilegiados y frívolos, frente a los “godínez”, oficinistas de clase media que luchan por sobrevivir en la rutina laboral. El humor fácil, los personajes caricaturescos y las situaciones predecibles han creado un subgénero rentable, al punto que se habla de un “universo cinematográfico godín”.
La respuesta es sencilla: funciona. El público responde, las películas recuperan su inversión y los productores apuestan a lo seguro. Sin embargo, esta lógica comercial tiene un costo: la repetición de fórmulas deja fuera la complejidad y diversidad de la sociedad mexicana. Se privilegia una visión superficial de la realidad, donde los conflictos se resuelven en clave de comedia y los personajes rara vez salen de los estereotipos.
Aunque existen esfuerzos notables por ampliar la representación —con cineastas que abordan temas indígenas, de diversidad sexual o de género—, estas películas suelen quedar relegadas a circuitos alternativos o festivales. El cine mexicano de la disidencia sexual, por ejemplo, ha logrado avances importantes en la última década, pero su llegada al gran público sigue siendo limitada por problemas de distribución y falta de apoyo. Lo mismo ocurre con historias protagonizadas por mujeres, personas indígenas o comunidades afrodescendientes, que apenas empiezan a encontrar espacios para contar sus propias narrativas.
Como señala el informe de Imcine, la pluralidad existe, pero no se refleja en la cartelera comercial: “La estructura no está evaluando otras narrativas, existencias, cuerpos que salen en las imágenes que vemos en el cine. Estás dejando un grupo de personas no binarias, personas trans, etcétera”. La industria sigue privilegiando las historias que garantizan ventas, perpetuando así una visión limitada de lo que significa ser mexicano en el siglo XXI.
El cine mexicano necesita arriesgarse más. Si bien es comprensible que la industria busque la rentabilidad, el arte cinematográfico tiene una responsabilidad social: reflejar la complejidad y diversidad de su público. Seguir apostando al mismo molde de “mirreyes” y “godínez” es cómodo, pero empobrece la conversación cultural y deja fuera a millones de voces y experiencias. Es momento de abrir la pantalla a nuevas historias, personajes y realidades que enriquezcan el imaginario colectivo y permitan que todos los mexicanos se vean reflejados dignamente en el cine.
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