CATEGORÍA: ESPECIALES / OPINIÓN / INTERNACIONAL
Por Jesús Elizalde
En los últimos meses, la mayoría de los países de América Latina ha estado inmersa en grandes protestas sociales, incluso antes de que iniciaran los confinamientos por la pandemia (suceso que hizo disminuir dichas protestas y que se les restara importancia), estas protestas eran muy evidentes y sumamente visibles ante el mundo.
El descontento social y las protestas crecían cada vez más. La sociedad de un número importante de países latinoamericanos estaba sumida en una espiral de anarquía y disturbios sociales, tal como si se estuviese proyectando parte de la cinta cinematográfica “Joker”, en donde los sectores “más oprimidos” estaban saliendo a las calles a protestar y causar disturbios en contra de la profunda desigualdad e invisibilidad que sufrían estos grupos en contraste con las grandes elites de la ciudad en que acontece la narrativa. Suceso que hacía sospechar a algunos especialistas y analistas del tema que estos países latinoamericanos se estaban inclinando, posiblemente, hacia la izquierda.
En el caso específico de Chile, no debemos olvidar que este país vivió una muy autoritaria y violenta dictadura militar encabezada por el General Augusto Pinochet, luego de tumbar el gobierno de corte socialista de Salvador Allende (el cual contaba con un amplio respaldo popular) a través de un golpe del Estado con sustento militar, golpe que fue coordinado con el apoyo de EE.UU, puesto que los norteamericanos, bajo ninguna circunstancia, iban a tolerar que surgiera otro movimiento revolucionario en Chile como el de la Revolución Cubana. Así que, una vez derrocado y asesinado Salvador Allende, el gobierno chileno quedo en manos de un mando dictatorial puramente militar y bajo la tutela de EE.UU.
Estados Unidos utilizó su nueva conquista latinoamericana para implantar por la fuerza, a través de la dictadura de Pinochet, el nuevo modelo económico llamado popularmente “Neoliberal”, desarrollado por el economista Milton Freedman, el cual prometía que las políticas de este nuevo modelo conducirían a un crecimiento económico más acelerado y progresivo, y que los beneficios alcanzarían incluso a los más pobres. Para implantar la ideología de este modelo y legitimar los principios autoritarios de su gobierno, Pinochet redactó una Constitución en 1980.
Y aunque, en efecto, la economía de Chile comenzó a crecer, esa riqueza se concentró en muy pocas manos, contrario a lo que se prometía y esto hizo aún más profunda la brecha de desigualdades en el país. Los mayormente afectados fueron los sectores más populares compuestos por campesinos y jornaleros. Otro suceso que detonó las protestas sociales recientes fue el sistema de pensiones privado, donde el Estado delegó el manejo de las pensiones a la Banca y las Administradoras de los Fondos para el Retiro (Afores), las cuales, fueron utilizadas por los banqueros para enriquecerse con los ahorros de los trabajadores; al mismo tiempo que los requisitos eran casi imposibles para que los trabajadores tuvieran acceso a una pensión justa y digna.
El crecimiento económico de un país no debe ser su único indicador de prosperidad. Se puede ser un país con un buen crecimiento económico, pero sumamente desigual. El estado no puede olvidarse del bienestar social, priorizando la riqueza individual de unos pocos, para que esto se vea reflejado sólo a nivel macro económico (PIB) y de esta manera pueda ser percibido a nivel internacional como un país próspero o rico, aunque es un hecho que el Estado difícilmente puede permear en todos lados o llegar a todos.
Un gobierno debe esforzarse por ofrecer dos cosas: Seguridad Social (ante cualquier tipo de riesgo que permita la libre realización de las personas) y Dignidad (en donde todos puedan tener las mismas oportunidades y acceso a dicha seguridad en caso de necesitarla), cosa que por ningún motivo se puede delegar únicamente al sector privado (el cual tiene una naturaleza puramente individualista y acumulativa). Ese, en mi opinión, fue el gran error de Chile.
Hay condiciones que no están en dominio de la persona y no todos tienen los medios para enfrentar esas condiciones que no están en nuestro dominio. Y aquí nuevamente retomo lo sucedió en “Joker”, cuyo protagonista tiene una familia disfuncional y rota, donde su padre los abandonó. Por otro lado, su madre y él padecen de una enfermedad mental. En su ambiente, el orden social está quebrado; lo asaltan, lo golpean, lo discriminan y lo humillan por su condición mental y el único hilo que lo mantiene o afilia a la sociedad es el propio Estado, el cual le daba acceso a medicamentos y a una consulta con un especialista. Pero cuando el Estado cancela dicho proyecto, el protagonista cae en la desolación y ante el escenario radical, se convierte en lo que se convierte. Esas circunstancias nadie tendría por qué vivirlas, y como lo mencioné anteriormente, el Estado no puede dejar a estos sectores vulnerables únicamente en manos del sector privado, al cual solo algunos tienen acceso.
Y bueno, ahora que la evidencia está disponible y que el modelo chileno en realidad no le dio a su población ese bienestar social que les prometió con su «nuevo modelo», estallaron las protestas en contra del gobierno (al igual que en la cinta ya mencionada, curiosamente…). ¿Es de extrañar que la confianza puesta en estas élites y la confianza en la democracia se hayan desplomado?
Esa es la constitución heredada de la dictadura de Pinochet que los chilenos votaron por extinguir, sin embargo, aún queda un largo camino hacia la construcción de dicha constitución y cierro con las palabras de un analista constitucional chileno, Sergio Verdugo:
“Si hacemos una mala constitución, puede ser una constitución de corta vida o peor todavía, puede ser una constitución de larga vida, pero poco democrática”.