

Por Emiliano Güemes
Tras un frenético periodo pandémico en el que las industrias dedicadas al entretenimiento frenaron sus actividades, nos encontramos con un panorama complicado, en el que disfrutar de la música en vivo cada vez se ha vuelto más costoso.
Si bien es cierto que, en las últimas décadas, la industria musical ha cambiado, dando paso a las giras como el principal ingreso para los artistas y sus representantes, este fenómeno no se puede explicar sin entender el contexto social que vivimos en la actualidad.
Tras una temporada de confinamiento que nos alejó de este tipo de experiencias, el precio de las entradas y todo lo que conlleva se disparó de modo desenfrenado; de acuerdo con Pollstar -publicación comercial especializada en conciertos y festivales- el costo de las entradas desde el 2019 ha presentado un aumento cercano al 20%.
Si revisamos los datos por década, el resultado es aún más devastador, pues el mismo medio revela que los 100 tours más exitosos de nuestra era han cuadruplicado el valor económico que se percibía hace veinte años, aumentando más que la industria cinematográfica e incluso que la inflación.
No es sorprendente, por lo tanto, que este año artistas y grupos como BLACKPINK o Bad Bunny hayan alcanzado cifras extremadamente altas en cuanto al precio de sus boletos, llegando a rozar los $30, 000 MXN.
En años anteriores, íconos como Elton John, Paul McCartney o The Rolling Stones tenían sus boletos más caros en un precio cercano a los $12, 000 MXN, que, aun siendo un privilegio para la gran mayoría de la población mexicana, no llega a ser ni la mitad del valor monetario que podemos ver actualmente.
Volviendo a la pandemia, el encierro provocado por el COVID-19 ha generado un sentido de aventura en nuestra sociedad, que percibe de manera distinta este tipo de experiencias, y está dispuesta a pagar cualquier precio por vivirlas, pues, tras el trágico lapso temporal que atravesamos nos anima a tomar riesgos, gozar y vivir la vida al máximo.
Esto nos lleva a un aumento en la demanda, en un punto en el que el público está más ansioso que nunca por tener la posibilidad de experimentar eventos masivos, que permitan una interacción más cercana con el artista y el resto de los oyentes, llenando así una necesidad social que llevaba un tiempo insatisfecha.
Los elementos para llevar a cabo un show en vivo también se han vuelto más costosos, pues, según reportes de Billboard, con tantos músicos que han vuelto a hacer giras, los costos de producción han aumentado, y recursos como el transporte, luces o personal logístico se han hecho cada vez más escasos, y, por ende, más valiosos.
La realidad es que esto parece un problema que momentáneamente no tiene solución, pues, aunque hay quejas al respecto por parte de consumidores cansados de pagar tarifas inalcanzables por ver a sus artistas preferidos, es mayor la fidelidad y el fanatismo ciego, que lleva a las personas a estar dispuestas a pagar precios desorbitados.
Mientras haya personas dispuestas a pagar entradas costosas, los precios seguirán creciendo, pues, por más crisis económicas que puedan llegar a presentarse, el deseo de tener acceso a experiencias exclusivas sigue siendo mayor que la concientización respecto al valor de las mismas.
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