Por Emiliano Güemes
La muerte, una de las incógnitas que ha provocado mayor obsesión en el ser humano; es el destino innegable de todos aquellos que disfrutamos de la vida, y, a pesar de tener la certeza de que llegará en cualquier momento, nos inquieta su significado.
En distintas corrientes de pensamiento, se han encargado de difundir distintas versiones del concepto, algunas viendo a la muerte como un proceso natural y liberador, y otros, como la antítesis del esplendor y la vitalidad.
De cualquier forma, la muerte es algo inevitable, y, naturalmente, se ha llevado a una infinidad de íconos del panorama musical; algunos, se fueron a una edad avanzada, y con una enorme trayectoria a sus espaldas, lamentablemente, no todos corremos con la misma suerte.
Existen, por así decirlo, estrellas fugaces, cuyo paso es veloz, pero su trascendencia, eterna… Este es el caso de Gustavo Cerati.
Su partida, en el 2014 tras cuatro intensos años en coma, representó una despedida a una de las mayores figuras del rock latinoamericano, un símbolo generacional que inspiró a miles con su música, y que logró impregnarse en toda una cultura.
“Un arquitecto de la música”, como dijo tras su muerte Charly García, que encontró en sus últimos años una tragedia a la altura de su genialidad, en la que se encontró en un limbo existencial entre la vida y la muerte.
Como si fuera consciente de lo que iba a pasar, le expresó a su hijo, Benito, un mensaje extraordinario, que, en retrospectiva, era un presagio de lo que estaba a punto de suceder. Benito Cerati relató que su padre le dijo “No nos vamos a ver por un largo tiempo, muchacho. Cuídate”, para después, emprender su última gira por el vasto universo.
Durante el coma, un sueño cósmico provocado por un fatídico derrame cerebral, millones se preguntaban qué pasaría con el músico de Buenos Aires, que encontraría su final un 4 de septiembre, gracias a un paro respiratorio.
Una conclusión indigna a una historia maravillosa, que tardó años en gestarse; años terribles en los que el vocalista moría un día a la vez, ante el asombro y la inquietud de su familia y amigos, quienes se veían estancados mientras Gustavo terminaba su viaje.
Su frase, “Poder decir adiós es crecer”, representa todo el proceso que se vivió internamente, al ver caer progresivamente un alma que había cumplido su ciclo, y que hoy, se ha vuelto inmortal entre aquellos que han sabido valorar su leyenda.
Debe estar conectado para enviar un comentario.