
Por: Lilian Orozco
Hace un año todos los jóvenes estudiantes se enfrentaron a una nueva realidad. En marzo de 2020, llegó un aviso; el virus SARS- CoV-2 o mejor conocido como Covid-19, había llegado a México y lo que para todos los jóvenes estudiantes serían unas breves vacaciones de Semana Santa, este descanso de actividades se convirtió en una cuarentena. Un periodo de resguardo que solo prometía pocos días, se transformó en uno de los encierros más largos antes vividos.
Al inicio, todos los jóvenes estaban dispuestos y atrevidamente un poco felices de descansar de las escuelas, salones y maestros; sin embargo, como el encierro se fue extendiendo, estas emociones fueron sustituidas poco a poco por desesperación, incertidumbre y hartazgo. La pregunta dejó de ser ¿Cuántos días más puedo quedarme en casa? y se convirtió en; ¿Cuándo puedo salir?. Esta cuarentena, este periodo de encierro, ha tomado muchos matices y ha sido experimentado de maneras muy distintas y para nada esperadas.
La exasperación y el deseo de regresar ya no son por las fiestas, reuniones, eventos sociales. Lo que la sociedad más añora y en específico los jóvenes, es a la gente, más allá de un abrazo, de un estrechón de manos; lo que los jóvenes necesitan, es ver a una cara conocida en vivo y en directo, sin Zoom, sin Google Meets, sin ningún dispositivo de por medio.
Pronto se cumple un año, de encierro, de cambios, un año de incertidumbre. Todos han experimentado este cambio de manera distinta y nadie sabe cuándo terminará. Pero si algo se puede dejar en claro, es que nadie se ha rendido y a logrado sobrellevar esta situación y aprovechar todo lo posible. Nadie sabe cuánto más durará este encierro, pero eso no significa que los ánimos bajarán o que la esperanza se acabará. Porque si hay algo claro en la mente de los jóvenes mexicanos, es que habrá un mañana y será mejor que el hoy.
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