Autor: Santiago Muguiro.

“Solamente una vez, hermano. Quiero ser libre.”
“No puedes. Ya no. Has tomado una decisión, y no se puede regresar.”
“Siempre hay un regreso…”
“No esta vez. Todo el mundo cuenta con ello.”
Su cara preocupada adoptó rasgos de miedo, y sintió cómo se le comprimía el corazón al mirar la tristeza de su hermano. Tenía razón, él había prometido algo, y no podía faltar, aunque significara su muerte, pues si no cumplía no sólo iba a ser su vida la que peligrara.
La noche se alzaba mientras caminaba temblorosamente a su hogar por los callejones lluviosos de Cádiz, ideando angustiosamente un discurso para decirle a su mujer por si no volvía.
Esa misma noche lo visitó el viejo, y le anduvo compartiendo la sabiduría de aquél que por más de cien años, ha mantenido la paz en la ciudad. Alejandro le escuchó, sin embargo, su ánimo no mejoró, sino que iba decreciendo.
“Pero recuerda, Alejandro,” decía el viejo, “Los héroes somos mártires. Tú elegiste este camino, y por lo tanto, es tu deber asistir mañana…” con esto lo dejó.
Estuvo despierto toda esa noche, sin poder hallar el sueño, pese a la continua motivación de su esposa. Cuando al fin llegó la mañana, Alejandro dejó su casa silenciosamente y se dirigió a la plaza.
Un ejército de desagradables bestias lo esperaba bajo un faro encendido, mientras que el viejo aguardaba sentado en una banca, del otro lado de la plaza. El sol no había salido aún, pero se podía divisar un bulto brillante bajo las largas mangas del viejo. Se acercó lentamente, y éste extendió sus brazos, revelando una larga espada. “La necesitarás, muchacho. Recuerda todas aquellas batallas que has librado por tu gente. Al fin, después de tantos años de tensas guerras, esta puede ser la última ¡Libéranos de estos tiranos de una vez y sé fuerte, hazlo por tu padre!”
Alejandro cogió el arma, y comprobó que era mucho menos pesada de lo que parecía. Luego se dirigió al centro de la plaza, y con un corazón pesado, aceptó su destino, gritando, “¡Por mi padre, el rey de Cádiz!”
El repugnante rostro del líder de la horda se arrugó con una cruel sonrisa, y los monstruos que por tanto tiempo habían asediado el lugar se abalanzaron contra él último héroe de Cádiz, gritando con el más horrendo estruendo que se había oído jamás.
Continuará…
EL ÚLTIMO HÉROE DE CÁDIZ
Autor: Santiago Muguiro.
“Solamente una vez, hermano. Quiero ser libre.”
“No puedes. Ya no. Has tomado una decisión, y no se puede regresar.”
“Siempre hay un regreso…”
“No esta vez. Todo el mundo cuenta con ello.”
Su cara preocupada adoptó rasgos de miedo, y sintió cómo se le comprimía el corazón al mirar la tristeza de su hermano. Tenía razón, él había prometido algo, y no podía faltar, aunque significara su muerte, pues si no cumplía no sólo iba a ser su vida la que peligrara.
La noche se alzaba mientras caminaba temblorosamente a su hogar por los callejones lluviosos de Cádiz, ideando angustiosamente un discurso para decirle a su mujer por si no volvía.
Esa misma noche lo visitó el viejo, y le anduvo compartiendo la sabiduría de aquél que por más de cien años, ha mantenido la paz en la ciudad. Alejandro le escuchó, sin embargo, su ánimo no mejoró, sino que iba decreciendo.
“Pero recuerda, Alejandro,” decía el viejo, “Los héroes somos mártires. Tú elegiste este camino, y por lo tanto, es tu deber asistir mañana…” con esto lo dejó.
Estuvo despierto toda esa noche, sin poder hallar el sueño, pese a la continua motivación de su esposa. Cuando al fin llegó la mañana, Alejandro dejó su casa silenciosamente y se dirigió a la plaza.
Un ejército de desagradables bestias lo esperaba bajo un faro encendido, mientras que el viejo aguardaba sentado en una banca, del otro lado de la plaza. El sol no había salido aún, pero se podía divisar un bulto brillante bajo las largas mangas del viejo. Se acercó lentamente, y éste extendió sus brazos, revelando una larga espada. “La necesitarás, muchacho. Recuerda todas aquellas batallas que has librado por tu gente. Al fin, después de tantos años de tensas guerras, esta puede ser la última ¡Libéranos de estos tiranos de una vez y sé fuerte, hazlo por tu padre!”
Alejandro cogió el arma, y comprobó que era mucho menos pesada de lo que parecía. Luego se dirigió al centro de la plaza, y con un corazón pesado, aceptó su destino, gritando, “¡Por mi padre, el rey de Cádiz!”
El repugnante rostro del líder de la horda se arrugó con una cruel sonrisa, y los monstruos que por tanto tiempo habían asediado el lugar se abalanzaron contra él último héroe de Cádiz, gritando con el más horrendo estruendo que se había oído jamás.
Continuará…
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