Por. Alejandra Romero.
De acuerdo con la información obtenida de El País Donald Trump, el presidente electo de Estados Unidos, publicó el domingo en su cuenta personal de Twitter que se había producido un gravísimo fraude en las elecciones que acaba de ganar.
Hace un par de semanas, el 17 de noviembre, el empresario neoyorquino, convertido ya en el líder in péctore de Estados Unidos, se otorgó el crédito de que Ford mantendría la fábrica de coches Lincoln que la multinacional tiene en Kentucky y que no la trasladaría a México. Superó los 168.000 corazones (el icono del “me gusta”) y rozó los 50.000 retuits.

En poco tiempo, varios medios de comunicación dieron noticias con titulares como «Ford dice a Trump que no trasladará producción del Lincoln a México” o “Trump dice que Ford no se va a México”. El pero de todo esto es que la compañía automovilística no se había planteado el cierre o la deslocalización de parte de su producción de esta planta de Kentucky. Trump se colgó una medalla por algo que no iba a ocurrir.
Que los políticos mientan no es algo nuevo ni que a los ciudadanos necesariamente les sorprenda. En España, cuando las evidencias apuntaban a la pista islámica en el atentado del 11-M, el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, llamó a los principales periódicos del país para explicar que ETA resultaba la hipótesis más plausible y ese es el mensaje que el Gobierno transmitió por televisión también a un pueblo emocionalmente derrumbado.
Trump acaba de decir que hubo fraude electoral importante los estados de Virginia, New Hampshire y California. Acusa a los medios de comunicación de sesgados y de estar tapando la tropelía, pero no hay denuncias presentadas ni noticia de ello. El magnate y showman ha llegado a la Casa Blanca navegando con maestría en las turbias aguas de la media verdad, los bulos y las mentiras. La pregunta es si como presidente de la primera potencia del mundo obrará de modo similar.
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