Por: María Isabel Jaramillo
Esta celebración tiene su origen en las culturas prehispánicas y ha perdurado durante 3000 años hasta nuestros días, es un ritual que simbolizó la alianza de la vida y la muerte para generar el ciclo de la resurrección.
Los mexicas realizaban estas festividades en el noveno mes de su calendario, durante todo el mes de agosto, bajo la tutela de Mictecacíhuatl, consorte de Mictlantecuhtli, pareja divina del inframundo (la noche sin ventanas de donde surgía el sol cada amanecer).
Actualmente, el 2 de noviembre, se unen las familias mexicanas para honrar y festejar a sus seres queridos ya fallecidos, mediante altares y ofrendas en los sepulcros o en los hogares, de acuerdo con la tradición de formar un camino de luz con la flor de cempaxochitl y terciopelo, para que los difuntos vengan a degustar sus bebidas y platillos favoritos, tejocotes, cañas, limas, calabaza en tacha, así como el peculiar pan de muerto.
La ofrenda es adornada con calaveritas de azúcar y chocolate, fotos de los occisos, veladoras, representaciones en papel picado de la muerte elegante: la Catrina, y sahumerios de copal.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), declaró el 7 de noviembre del año 2003 la festividad mexicana del día de los muertos, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.


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